Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Primera parte

VI

Condición de la Verdad en Sud-América

"La Verdad no es amada como ella se lo figura, prosiguió Tartufo; y la razón es muy sencilla, porque todo se vuelve debilidad e imperfección en este mundo naciente, en que todo emana del pueblo, vano por excelencia. La Verdad es temida y detestada de los imperfectos, por la misma razón que lo es la Justicia por los culpables, a pesar de su naturaleza divina.

"La Verdad tiene que aprender mucho todavía; no la basta enseñar, ella misma necesita aprender, y por más que la sorprenda lo que voy a declararla, yo la diré, que de nadie necesita aprender más que de Tartufo."

-¡Vaya pues! -dice la Verdad impacientada de tanto cinismo.

-Si ella oyese mis consejos, su poder sería más grande (porque todos tienen derecho de aconsejar, incluso la hipocresía) -dice Tartufo.

-¿Cuáles son, pues, esos consejos?

-¿Cuáles? Desde luego asociarse conmigo en el trabajo de la educación popular.

A pesar de su irritación, la Verdad, quiero decir, "Luz del Día", no pudo comprimir la explosión de su risa indignada y colérica.

-¡Transigir, pactar con la Mentira! y ¿qué es entonces la Verdad?, ¿cuál es su papel en el mundo? -repuso ella.

-Su papel -dijo Tartufo- es enseñar halagando, lisonjeando, engañando, en una palabra; y la Verdad no tiene un colaborador más eficaz que yo bajo este aspecto.

-Pues bien -dijo Luz del Día- yo consiento en abandonar mi pensamiento de delatar a Tartufo, sin prometerle por eso admitir sus consejos, a una condición "sine qua non", y es: la de que él me revele cándida y fielmente toda su filosofía, es decir, toda la razón de sus reglas y principios de conducta de engaño y falsedad.

Aceptado y convenido, Tartufo se puso a la disposición de la Verdad para responder y satisfacer a todas sus cuestiones y curiosidades por impertinentes que le parecieran.