Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Primera parte

XI

No todo es malo en Sud-América

-Pero entonces -dice Luz del Día- ¿esta América es un refugio de tigres? ¡No hay aquí sino fieras y furias con caras agradables y exteriores seductores!

-No se equivoque, Luz del Día, pues también se encuentran emigrados de Europa en América: el Cid Campeador, Guzmán el Bueno, el gran Pelayo, y los más grandes y asombrosos caracteres de la Europa del tiempo en que fue conquistado este continente a la barbarie; sin contar a Vasco Núñez de Balboa, a Colón, a Pizarro, a Hernán Cortés, a Mendoza, Almagro, Gaboto, Las Casas, Ercilla y otros que andan de incógnito, por su calidad de españoles y se conservan generalmente lejos de las ciudades, en las campañas y montañas de la América, que conservan su fisonomía medio primitiva de los memorables siglos XVI y XVII.

"Todas esas rústicas y simples, pero grandes figuras, son el terror de los Basilios y Gil Blases, que habitan las ciudades en medio del sibaritismo."

-¿Y no lo son también de los Tartufos? -pregunta Luz del Día.

-Pues aunque parezca anómalo -responde Tartufo-, los de mi familia han guardado cierta afinidad con esos fuertes caudillos, cuando la comunidad de miras e intereses no los ha dividido transitoriamente. Lo cierto es que América, con sus defectos y cualidades, no es más que un reflejo de la Europa de más atrás, y nada contiene de bueno y malo, que no sea europeo de origen, de índole y carácter. Así, se ve que su historia y su política, son como la fotografía de su territorio, cruzado de gigantescas cordilleras, en que los abismos tenebrosos, se alternan con las celestes alturas de sus montañas. Al lado del bandido, vive el héroe, y los más nobles y generosos caracteres, se mezclan y confunden con las hienas y osos de cara humana, en esta sociedad, que es el embrión grosero de un mundo llamado a ser nueva edición corregida y mejorada del mundo antiguo y pasado.

Luz del Día se queda atónita al oír este lenguaje en boca de Tartufo, porque no reflexiona que si Tartufo no dijese cosas buenas y verdaderas alguna vez, no sería en realidad Tartufo, es decir, la máscara hermosa de una realidad atroz; o tal vez Tartufo tiene razón, y su transformación misma, que se produce por su mera habitación de un mundo de mejores condiciones materiales, es una prueba de la verdad de su última reflexión.