Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Primera parte

XIV

El mismo asunto

"La escuela, el colegio, como medios de propaganda y de proselitismo pueden ser muy útiles; pero yo los tomo de otro modo más práctico y más útil todavía -dice Tartufo-. El niño es el ideal del espión, porque es inconsciente de su espionaje pueril, pero eficaz. Es un espejo, en que el observador sagaz ve hasta los secretos más insondables de una casa. Todo está en saberlo colocar e interrogar. Su testimonio es veraz y exacto como el de un espejo, porque tiene toda la inocencia del espejo, a cuya refracción no se escapan ni los defectos físicos de su madre y de sus hermanos. Es un suplente del confesonario. Secretos que por ningún oro se obtendrían de boca de un sirviente infiel, se recogen de balde de los labios verídicos de un niño, a precio de una muñeca, de una caja de pastillas, de un billete para ir a un teatro de títeres o cosa parecida."

-Pero el secreto arrancado de ese modo a un niño, es un robo, es un crimen abominable, es el acto de un pícaro, que merece la cárcel -dice Luz del Día.

-Para Luz del Día -dice Tartufo-, eso puede ser así; pero no para los que vemos las cosas con otra luz. Los niños son llaves maestras de las puertas más secretas de un hogar, de las cómodas y baúles, de los armarios, hasta de las carteras, hasta de las cartas para quien posee el arte de manejarlos, como Basilio, por ejemplo, que se eximió en ello. A eso debe la mitad de sus ganancias en la vida cabalística y romanesca que lleva, bajo toda la prosa de su exterior vulgar. Pero el niño es una llave maestra, que tiene esta ventaja: lejos de hacerse sospechoso al poseedor, lo recomienda a la confianza sobre todo de la madre, cuyo corazón no tiene pliegue reservado para su niño, que, por decirlo así, habita dentro de él. Esto ha hecho que Basilio abuse un poco de su oficio de comeniños, llevando la mano más allá del niño en la santidad del hogar ajeno... Es que uno puede atraer y tener entre sus manos al niño en nombre de un santo objeto, la educación, la instrucción.

-Pero ¿Tartufo tiene escuela de niños? -le pregunta Luz del Día.

-¡No faltaría más sino que yo vendiese mi tiempo y mi paciencia por treinta pesos al mes, el salario del último sirviente! Yo me ocupo de la educación, para lo que es exaltar y ponderar sus ventajas, porque eso produce buen efecto y da opinión. Yo me ocupo de hablar y de escribir de educación, pero no de educar yo mismo; de enseñar a educar sin educar. De dirigir, de administrar, de gobernar la educación; pero no de darla, porque esto es oficio humilde, subalterno, y sobre todo, para darla es preciso haberla recibido. En una palabra: yo predico y hago sermones y conferencias sobre la educación, y esto me basta para ganar la confianza de los padres de familia y pasar por amigo del progreso, que es todo lo que yo quiero.

Mientras Tartufo ha conversado todo lo que precede, no ha cesado de comer con un ardor gastronómico, que parecía transmitirse a su palabra misma lejos de embarazarla, acostumbrado como está a frecuentar las mesas ajenas y a pagar su comida en discursos.

En esto, el criado de librea anuncia al señor Tartufo que en su salón le esperan numerosas visitas respetables.

-Brillante ocasión -dice Tartufo a Luz del Día -para que usted conozca y observe los principales personajes de esta sociedad. ¿Vamos al salón?

-No -dice Luz del Día-; aceptaré para otra vez la continuación de nuestra conversación interrumpida. Por ahora voy a mi hotel a concluir mi instalación.

-Sin olvidar -dice Tartufo- que aquí tiene Luz del Día, no diré su dormitorio, pero sí su comedor, su gabinete de estudio y su salón de sociedad, tan suyos como lo son míos propios.

-Gracias, por tanta bondad y tanto honor, dice Luz del Día, sin dejar de pensar que ya Tartufo quería afiliarla entre los contribuyentes y tributarios de su lujo y de sus ganancias.

Y Luz del Día se despidió de Tartufo, agobiada por tristes reflexiones sobre el porvenir de las generaciones del nuevo mundo, que se iniciaban en la civilización de la Europa por maestros como Tartufo, Basilio, Gil Blas, que venían a envenenar la tierra, que les daba asilo y alimento.