Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi
Primera parte
XLVIII
Otra aventura horrible de Luz del Día
Al día siguiente, después de hacerse servir café en la propia habitación en que habían dormido Luz del Día y su huésped, se despidió éste y salió sin hacer el menor misterio del modo y lugar en que había pasado la noche.
Pero a eso de las dos de la tarde recibió Luz del Día la siguiente carta del propietario del hotel:
"Muy señora mía:
"Un escándalo en una casa de esta especie, es igual a un caso de cólera o de fiebre amarilla: causa de pánico, deserción general y ruina. Todas las personas que habitan este hotel han sabido que anoche ha dormido en la habitación de usted un caballero de este país, muy conocido como respetable padre de familia, lo cual ha causado un escándalo indecible, pues acusan a usted de haber seducido la inexperiencia de un hombre honrado, y expuesto su familia al escándalo de un pleito de divorcio, que no dejaría de refluir de un modo desastroso sobre la casa, que ha servido de teatro al adulterio. Yo no pretendo examinar la moral de su conducta, ni la realidad del hecho que se la imputa; pero me basta que la imputación exista, para que mi establecimiento esté amenazado de ruina, como lo está, en efecto, desde que me han intimado todas las damas honradas que lo habitan, que si usted no le deja hoy mismo, ellas lo abandonarán inmediatamente para establecerse en otro hotel, donde no haya señoritas solteras que hagan dormir en su propio dormitorio a hombres casados. Yo espero que usted será bastante generosa para dispensarme de más insinuación, dejándole entera a usted misma la iniciativa y espontaneidad del partido que la prudencia más obvia la señale como indispensable."
Luz del Día comprendió que su expulsión de la casa no podía ser más terminante, ni más moderados los términos de la intimación, pero no sabía explicarse cómo había podido ser conocido el hecho en todo el hotel, cuando Gil Blas había partido a las ocho de la mañana, hora en que todo el mundo dormía; y no era de suponer que el mozo que sirvió el café, único conocedor del caso, lo hubiera divulgado en daño del hotel. Tenía razón en sospechar la injerencia de una mano oculta, que más tarde será conocida.
Entretanto, Luz del Día hizo llamar al dueño del hotel, a quien habló en estos términos:
-"Señor mío, el verdadero modo de defender el honor de un establecimiento, es defender el honor de los que le habitan. El cólera y la fiebre amarilla son hechos que se ven y tocan; pero nadie ha visto que yo haya dormido con un hombre."
-"En achaques de honor, señora mía -replicó el hotelero- sobre todo, respecto de una dama, la verdad y la realidad son nada; la apariencia es todo. Aunque usted fuera la verdad en persona, yo respetaría más la mentira si fuese apoyada por la opinión pública."
-"La opinión no puede hacer que yo haya violado la moral: la opinión me calumnia" -dijo Luz del Día.
-Pero, ¿qué calumnia cabe, mi buena señora, en este caso en que una mujer soltera ha pasado toda una noche encerrada con un hombre en su dormitorio?
-¿Y qué diría la opinión, si ella supiera que yo no soy una mujer? -dice Luz del Día.
-Tanto peor para su posición -fuele replicado- si probara usted que era un hombre, porque entonces la harían dos acusaciones, de falsificar su sexo y de tener relaciones sodomíticas con hombres.
-Es que tampoco soy un hombre. Puedo decir que no tengo sexo.
-Todo eso carece de seriedad, señora, y hace dudar hasta de su entero juicio. Si no es usted hombre ni mujer, la dirán que es usted hermafrodita,es decir, hombre y mujer a la vez, lo cual la condenaría a no tener relación con nadie, pues las señoras la celarían con sus maridos, y los maridos con sus señoras; y por lo que a mí toca, mi casa sería desertada no solamente por las damas, sino por sus maridos, que viven en ella.
Luz del Día observó entonces que, tratándose de un hecho que tan directamente interesaba al honor del señor Gil Blas, era justo suspender toda resolución final hasta no hablar con él.
Apenas acababa de pronunciar estas palabras, cuando se presentaron como un tropel, no sólo Gil Blas, sino, con él, todos sus amigos: Tartufo, Basilio etc., diciendo como en coro:
-"Ya conocemos el rumor, y para protestar contra su injusticia, sin discutir vidas privadas, venimos a oponer la opinión a la opinión. Nosotros sabemos a quién defendemos, la gente de este hotel no sabe a quién acusa. Prevenimos al dueño de este establecimiento, que si la señora Luz del Día es obligada a salir de él, iremos cada día con todas nuestras familias a repetir nuestras visitas de respeto a Luz del Día en su nuevo hotel, y bastará este solo hecho para ponerlo de moda y llenarlo de concurrentes."
El hotelero, que conocía todo el peso de opinión con que contaba este grupo de notabilidades del país, se inclinó repitiendo:
-Me basta, me basta, y pido perdón a la señora Luz del Día, por la imprudente carta que me apresuro a retirar respetuosamente de sus manos.
¿De dónde venía el celo de estos grandes bribones, para conspirar con tanto calor en defensa de la verdad personificada? Ya se ha dado la razón sencilla de este fenómeno. Todos ellos cortejan a la verdad, porque todos ellos practican la mentira. Para falsificar la verdad con perfección, es preciso conocerla de cerca. Para conocerla es preciso frecuentarla. Para frecuentarla es preciso servirla, serla útil. Para serla útil, es preciso practicarla hasta cierto grado. De modo que Tartufo, Gil Blas y Basilio no son lo que son en su poder de embuste y de mentira, sino porque, hasta cierto grado, dicen y practican la verdad. Su verdad es una verdad de vellón, con 70% de cobre; es cobre dorado: oro falso, que ellos cambian a la par, por oro verdadero, gracias a su felonía. ¿Quién había suscitado todo aquel tumulto? Uno de los tres amigos de Luz del Día allí presentes, el amable Basilio, que se disculpó del hecho del modo siguiente: Dijo que mientras Gil Blas estuvo de visita el día anterior en la habitación de Luz del Día, llegó él al hotel y allí lo supo. Según su costumbre, que es de su oficio, quiso saber de qué conversaban sus amigos, y se hizo colocar clandestinamente en el cuarto inmediato, para oír la conversación, como lo consiguió; al final de ella, entendió a Luz del Día, poner en duda la capacidad de él (de Basilio), para hacer los prodigios de que se jactaba, por medio de la mentira, y que chocado por esta duda, que lo hirió en su amor propio profesional, quiso darla una nueva prueba práctica de su error, jugándola al efecto esta nueva mano, pero más pesada y feroz que la anterior, pues al punto negro que dejó en su opinión la prisión chancista por el billete falso, se agregaba ahora, el que la infligía el rumor que quedaba persistente, sobre su pretendido hermafrodismo. Hasta en sus entretenimientos, Basilio es inseparable de la mentira.
Su buen natural, juega con la calumnia, como el perro con los dientes; y por vía de entretenimiento, mancha a los que toca, hasta para hacerles caricias.