Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Primera parte

XXIV

Basilio y Luz del Día

El día de la comida, según su costumbre llegó Basilio una hora antes de la señalada. Como era natural no había persona alguna en casa, ni huésped ni convidados. Era lo que Basilio buscaba. Se dirigió desde luego a la cocina, cambió chistes y jocosidades con los cocineros, preguntó qué platos había para comer, hizo algunas recomendaciones, encargó "ex profeso" uno o dos platos más, de que él era aficionado, pidió un poco de caldo por de pronto y lo tomó de pie en la cocina misma, porque dijo haberse debilitado mucho en una conferencia confidencial, en que venía de hablar cuatro horas. Preguntó quiénes eran los invitados. La respuesta negativa lo desconcertó mucho, porque éste era uno de los puntos principales de su visita precoz a la cocina.

Basilio es, en su exterior, una caricatura de Fígaro. Ha hecho sus estudios de mundo y de política en el "Barbero de Sevilla". Es su "Quinto Curcio". Ha tomado a Fígaro su cinismo, su codicia, su egoísmo, su espíritu inquisidor, su falsedad, todo, menos dos cosas, su chiste y su liberalismo real aunque libertino, sin lo cual un Fígaro es una posma insoportable. En este punto, Basilio conserva la pasta espesa y grosera del monigote; se conoce que ha sido educado en los refectorios, y sus pretensiones de imitar la frivolidad elegante de Fígaro, son una verdadera caricatura.

Han llamado a la puerta. Basilio ha oído al sirviente regresado en seguida de recibir, decir que es una dama que busca al señor Tartufo, y ha solicitado esperarle en el salón, donde se encuentra sola.

-¡Una dama! ¿y sola, en el salón? -pregunta Basilio, lanzándose al salón, sin oír más palabras ni detenerse en nada.

El aire decente y austero de Luz del Día, sujetó un poco la insolente desenvoltura con que Basilio se presentó ante ella. Pero él es un "Ulano" por su coraje... para con el sexo débil. No bien la saludó, cuando la preguntó quién era ella, si era soltera o casada, si tenía hijos, con qué objeto buscaba a Tartufo, si él la había llamado a su casa y diez otras preguntas.

Luz del Día estaba lejos de sospechar con quién hablaba, porque no podía dejar su costumbre de imaginar a Basilio vestido de clérigo español, beato y compungido. Sin embargo, la audacia de sus preguntas impertinentes, la casa, el día, la hora de su encuentro, y el recuerdo del disfraz en que había descubierto a Tartufo, la dio cierta idea de que el sujeto con quien se las había, podía no ser otro que el mismo Basilio.

La entrada de Tartufo y la manera de abordarse los dos, no la dejó sobre ello la menor duda; pero conservó el más gran disimulo a su respecto.

Basilio se mostró en extremo contento, cuando supo que aquella dama era la persona invitada para comer con ellos, la cual le fue presentada como una señorita inmigrada de Europa, en busca de una posición en América. El campo es vasto, se dijo Basilio para sí mismo, pensando en el partido que podía sacar para sus inagotables intrigas, de aquella hermosa extranjera que tenía todo el aire de una rústica dócil y amoldable a todos sus designios.

Para el que tenga presente el objeto y condiciones en que esta comida tenía lugar no parecerá extraño el que Basilio hable siempre, y que Luz del Día no haga sino callar, escuchar y aprender. Y como ése es su papel en la vida (como el de Basilio es de mentir), no le costará desempeñarlo.

Pero lo cómico del caso es la pretensión de Basilio de pasar allí como la Verdad en persona, no sólo ante los otros, sino lo que es más cómico ante sí mismo. La presunción del vicio, de creerse ingenuamente la moral personificada es mil veces más común en la vida que la presunción del mérito. El criminal es vano de sus hazañas, porque a los ojos de su conciencia miope, desnuda de educación moral, sus crímenes son actos heroicos. La vanidad es compatible con todos los extravíos del corazón y del espíritu.

Para complemento de la comedia, Basilio veía en Luz del Día la personificación de la mentira en su calidad de mujer y en su papel de emigrada o judía errante. Pero es en esta calidad, que él la estimaba como un auxiliar posible y precioso de sus negras empresas; de modo que lejos de perder de su importancia por su sospechada calidad de embustera, Luz del Día conquistaba a Basilio, no por ser la Verdad, sino por parecer la Mentira.

Ya esto solo era una lección de vida práctica para la estudiosa peregrina. El hecho es que Basilio trató a Luz del Día sin recelo y con cierto aire de protección.