Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Primera parte

XXVI

Obras de Basilio en América

-¿Cuáles son por fin, pregunta Luz del Día, las obras de Ud. en este país? Si son grandes y útiles deben ser públicas y conocidas de todos. Deben estar a la vista.

-Pues no es así: son monumentos invisibles. Yo sirvo a estos países, en la persona de sus gobiernos, de sus oposiciones, de todos sus partidos y hasta de sus enemigos extranjeros, por trabajos subterráneos.

-¿Como cloacas, letrinas y sepulturas? -pregunta Luz del Día.

-Los nombres nada valen ni significan, señora mía -dice Basilio- para el hombre positivo; y los que se pagan de nombres, son gentes al agua en este mundo de realidades.

-¿Cuál es por fin, la profesión de Ud., en cuyos trabajos mi cooperación podría ser tan útil para mí, como para Ud. y para el país, según Ud. dice?

-¿Quiere Ud. que se la explique por una sola palabra, que disuena al oído; pero que es todo lo contrario de lo que suena? Mi profesión, es la calumnia.

-¡La calumnia! Pero la calumnia es el crimen como quiera que se presente; y el crimen no puede ser la profesión de nadie, que no sea un bandido: ¡Ud. se chancea!

-Ahí está la equivocación general -observa Basilio-. En moral como en pintura todo depende del punto de vista. Yo no hablo de la calumnia mala, de que se sirve el vulgo; yo hablo de mi calumnia especial, que es la calumnia buena, calumnia de civilización y de progreso. Y si no, pregunte usted al señor Tartufo ¿si no es verdad, que hay también una calumnia de religión y de virtud, como le han enseñado algunos doctores de su orden?

-Soy yo -dice Tartufo- el que llama al "orden" a mi amable interpelante. Si Tartufo alguna vez fue de cierta orden en religión; ahora no lo es más que en política y finanzas.

-Pues bien -dice Basilio-, de esto cabalmente se trata. Yo practico la calumnia de buena fe, en materia de política y finanza como le consta al señor Tartufo, a quien le he ayudado en tantos de sus trabajos. Y usted no podrá poner en duda la honestidad y la respetabilidad del caballero que nos honra con su hospitalidad -dice Basilio a Luz del Día.

-Pero ¿puede un extranjero -pregunta Luz del Día- ocuparse de la política de estos países, sin dejar de ser extranjero?

-Ciertamente que sí -responde Basilio.

-No comprendo cómo un italiano o un francés, que no ha dejado de ser francés o italiano, pueda ser patriota de una patria que no es la suya -dice Luz del Día.

-¿Y por qué no? Ya se sabe que es un patriotismo de empresa industrial, pero tan legítima como cualquiera otra. Es como el patriotismo de barrio, de fábrica, de saladero, de estancia. Si yo tengo una fábrica de tejas v.g.; que me da grandes beneficios, mi fábrica es mi patria, donde quiera que ella esté. Yo conozco ingleses y franceses furiosamente americanos, que en su vida han conocido el nuevo mundo. ¿Cómo se explica esto? Es que aquí ganan la fortuna, con que viven en Europa.

"Si mañana el emperador de la China me encargase algún trabajo de utilidad para su gobierno; v.g.: hacer suprimir a algún chino turbulento, ¿quién me negaría mi derecho de desempeñar ese acto de patriotismo chino? ¿Quién me negaría mi patriotismo chino, si yo lo hubiese probado, desembarazando al Celeste imperio de un mal chino? ¿es decir de un chino enemigo de su gobierno?

"Entre hacer suprimir hombres por vía de industria, y hacer matar vacas por la misma razón industrial, yo no veo la diferencia, porque al fin, vidas son unas y otras, y sangre es la una como la otra. Para las vacas, más cruel debe parecerles la muerte de las vacas que la de los hombres. ¿Por qué razón no es un pecado ni un delito el quitar la vida a un buey? Porque no se le mata por hacerle mal; sino al contrario, con la mejor buena fe. "El vulgo -concluye Basilio- cree que todo lo ha dicho, cuando ha llenado su boca con la gran palabra, "crimen"!

"Bien sabemos lo que es crimen. Según todos los criminalistas modernos, el crimen reside en la intención. Cuando la intención es mala, naturalmente el acto de suprimir o robar a un hombre, es un crimen. Pero cuando se le destruye con la mejor intención y sin mira alguna de dañarle, el homicidio y el robo son actos de comercio. El que incendia para civilizar, para servir al progreso, no comete crímenes, sino actos beneméritos.

Luz del Día bajó los ojos y se puso pálida al oír ese lenguaje. Basilio lo notó, y dijo en voz baja a Tartufo:

-Yo creo que el vino ha hecho mal a esta señora.

-Pero ¿quién confesaría su mala intención? -pregunta Luz del Día.

-Es que hay un medio seguro de distinguir la buena intención de la mala -dice Basilio-. Por regla general toda intención es buena, cuando el hecho tiene un objeto político o industrial, porque la industria y la política son incompatibles con el crimen; quiero decir, que no es crimen el que se comete con una mira política. Por mejor decir, no hay crimen político, como no hay crimen judicial; y un ministro puede matar como un juez puede hacerlo, sin ser un criminal. Estas son máximas en que estamos de acuerdo todos los liberales de nuestro tiempo.

"De modo que se puede anular todo el código criminal -prosigue Basilio- y convertirlo en código de virtudes y de premios, con solo añadir a cada crimen el adjetivo, político. El robo político, no es robo, el asesinato político no es asesinato. El ladrón político de llaves, de papeles, de cartas, y de todo lo que interesa a la política, aunque sean escrituras y billetes de banco, puede ser un caballero muchas veces condecorado, muy lejos de ser un ladrón, ordinario y vulgar. Es cuanto más el buen ladrón, crucificado al lado izquierdo de Jesús."