Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Primera parte

XXX

La diplomacia, según Basilio

Dirigiéndose a Basilio y viéndole inmóvil, advierten sus compañeros de mesa que se ha quedado dormido, mientras hablaba Tartufo, tal es de sabida para él la materia de su sabio discurso, y tal su incapcidad de prestar atención a lo que otro habla, cuando no tiene interés en recoger sus palabras para venderlas. Fuera de estos casos, él no sabe más que hablar y hablar continuamente y sin cesar; lo que ignora es atender y escuchar.

El silencio que ha sucedido al discurso de Tartufo ha bastado para despertarlo. El silencio le ha parecido la campanilla que le dice: "Basilio tiene la palabra".

Luz del Día observa entonces que la teoría de Basilio sobre la toma de los jefes intomables, por medio de su familia, le parece una mera paradoja, pues las defensas que hacen inaccesible a ese jefe, la hacen también a su familia misma, que está con él. La dificultad para Basilio, no está en saber cómo seducir a los niños y miembros de la familia, sino en cómo llegar hasta ellos para seducirlos.

-¡Bah! -dice Basilio- esto es lo más fácil y traqueado. Por el derecho de gentes cristiano, según el cual todas las naciones forman una familia de hermanos, todos los hermanos se comunican entre sí por ventanas y puertas interiores. Cada uno tiene un pedazo de territorio, situado en el territorio de los otros, por concesión del mismo dueño de casa; y en ese territorio incrustado en territorio ajeno, él es soberano dentro de la soberanía de los otros. Esto es lo que se llama "extraterritorialidad", es decir territorio que está en el territorio sin ser del territorio, o territorio ajeno, situado dentro del nuestro. En este territorio excepcional, reside la legación del soberano extranjero. Como extranjero, ese territorio de la legación, es inviolable para el mismo dueño de casa, es decir para el mismo soberano en cuyo suelo se encuentra situado.

"De este modo se puede decir sin metáfora, que todos los Estados están agujereados; y cada uno tiene tantos agujeros como tiene legaciones acreditadas en él, por cuyo conducto puede entrar el enemigo, hasta la casa misma del soberano, con tal que entre desarmado y con guantes blancos, pues, según dijo uno de los nuestros: 'No es un diplomático otra cosa que un enemigo con guantes de cabritilla'. Lo mismo pudo decir con 'botones amarillos', que con 'guantes de cabritilla', el disparate venía a ser el mismo, pues el guante, aunque sea de cabritilla, lejos de disimular la enemistad, es un símbolo de guerra. Arrojar el guante, ¿no es declarar rota la amistad? Pero en fin, él quiso decir con verdad, que el diplomático es siempre un amigo, que encubre un enemigo; o un enemigo en forma de amigo."