Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Segunda parte

XVII

Los indios salvajes y su conversión

-¿Cómo atraer a los indios salvajes para refundirlos, con sus tierras, en el pueblo de "Quijotanía"? Por el método de Bismarck es imposible, no teniendo más población por ahora que nuestros carneros para formar ejércitos. Tenemos que invertir su divisa, y hacer de esta otra nuestras horcas caudinas: "El derecho prima la fuerza"; esperando que cuando "Quijotanía", se componga de todos los salvajes de esta parte del mundo, tendremos buen cuidado de dar vuelta al axioma, y repetir con el siglo XIX: "La fuerza prima el derecho".

-No pudiendo conquistarlos por la espada -dijo don Quijote-, los conquistaremos por la religión.

-¿Con sermones predicados para disuadirlos de que roben y maten y se embriaguen?

"Es peor que declararles la guerra a sangre y fuego. Su existencia, su felicidad, su gloria toda, consiste en violar el Evangelio. El crimen es su industria, su diversión, su derecho civil, porque es más inconsciente todavía que el derecho con que los soberanos del mundo civilizado queman, destrozan y devastan los países de los otros soberanos, sus hermanos. Los jesuitas intentaron conquistarlos por sermones; y primero que abdicar el robo y el homicidio, colgaron a los jesuitas mismos. De resulta de eso fueron las 'Misiones' a docilizar los indios del Norte, ya docilizados por los Incas y sus antecesores semicivilizados. Marchando delante de los hechos, los jesuitas se dieron por autores de los hechos. Para convertir a los indios salvajes, tenemos que dejarles dos tercios de sus hábitos, por bárbaros que sean, y no quitarles otro tercio, sino cuando hayan adquirido nuestros gustos y adoptado nuestros usos, sin esperar a que renuncie jamás al otro tercio de los suyos primitivos.

"Sobre todo, continuó el secretario, si no les dejamos una parte de su barbarie, se los llevará el gobierno argentino, que parece haberles asegurado y garantido el goce íntegro de ella, a condición de tenerlos por amigos, para que devasten amigablemente sus campañas con toda seguridad. El amor al robo en el salvaje se confunde con el amor a la patria y a sus leyes."

-Como otros patriotas, que sin ser salvajes, dice don Quijote, adoran a su patria, como a su vida, por la simple razón de que viven del pan que se hacen dar por la patria. Seamos justos. ¿Qué es nuestra civilización sino la barbarie regularizada? ¿Ni qué es la barbarie sino la materia primera de que está fabricada nuestra civilización? Civilizado o bárbaro, el hombre vive del robo; toda la diferencia está en la forma del pillaje. Desnudo y desarmado, el hombre nace conquistador y usurpador por derecho. Examinad su persona de pies a cabeza: todo lo que viste es ajeno, y lo tiene contra la voluntad de su dueño. No dirá él que el ternero ha consentido gustoso en que le saquen el cuero de que está formado el calzado que visten sus pies; ni que el cabrito le ha regalado su propio pellejo para que vista sus manos con el guante que las abriga. La lana de que está hecho el vestido que cubre su cuerpo pertenece a los carneros, que han quedado desnudos, a la intemperie, para que el hombre cubra su desnudez. La seda de su corbata y de su sombrero ha sido el traje de gusanos que han quedado desnudos para que el hombre se adorne con su precioso producto. ¿De qué se alimenta el hombre más civilizado y más cristiano? De cadáveres de animales, que, lejos de dañarle, han sido a menudo sus mejores servidores y amigos: las gallinas y los pichones, por ejemplo. Su mesa diaria es un anfiteatro anatómico; una carnicería hecha a sangre fría; un montón de cadáveres o de vivientes que han sido muertos, para que el hombre viva, y viva bien, y lo mejor posible. ¿Qué es la cama en que duerme? Lana y pluma, que han dejado desnudos o sin vida a sus dueños naturales.

El secretario no pudo impedirse de interrumpir a su jefe con estas palabras:

-Ya veo el efecto mágico de esta política. Bastará presentar la civilización por este lado para hacerla amable, no soló a los ojos de los salvajes, sino de los animales mismos. Es como la rehabilitación de su estado, que debe llenarlos de orgullo, y decidirlos muy posiblemente a aceptar gustosos un compromiso, que a nosotros mismos nos obligue a barbarizarnos un poco, en el interés de la civilización; con tal de que no llegue al extremo de hacerlos parecer cómplices de su barbarie, ante los maliciosos que quieran aprovecharse de ese pretexto para atacarnos como a indios bárbaros.

-Todo lo contrario -dijo don Quijote-, sin ironía: cuanto más nos acerquemos de los usos de los salvajes, mayor será la parte que nos quepa en las garantías que les acuerda el Gobierno Argentino. Nuestro código será un tratado de paz entre la civilización y la barbarie: la paz de los extremos. Ni tal orden de cosas es tan nuevo como mi secretario pudiera creerlo. Los soberanos más civilizados del mundo no vivimos de otro modo entre nosotros mismos, por más que los súbditos vivan en ese orden artificial, que llaman civilización. Los soberanos vivimos en el estado de naturaleza los unos respecto de los otros; sin autoridades ni leyes comunes: en la más soberana libertad. Resolvemos nuestras contiendas a palos. El rey más civilizado de la Europa es un "Calfucurá" respecto del soberano vecino, en cuanto a la independencia de toda ley y de toda autoridad común. Damos a este régimen de cosas el nombre de "derecho de gentes", precisamente por ser la rama del derecho que más bien merece llamarse "derecho de animales".

"Así, no teniendo ejército para imponer a los salvajes nuestras leyes, por el método de los emperadores romanos, ni por los terrores celestes empleados por los jesuitas, haremos que las reciban por gusto; y para que tengan gusto en obedecerlas, haremos que ellas confirmen una parte de su derecho civil de matar y robar legítimamente.

"Como Moisés, como los primeros legisladores teocráticos, haremos creer a los indios, por el tenor de nuestras leyes, que todo lo que existe y sucede en 'Quijotanía', es porque así lo ordena y manda nuestro código civil."

-Ese secreto de Moisés era también el de nuestro paisano el poeta Quevedo, observó el gallego: "Para verse seguido por las mujeres, no hay sino caminar delante de ellas".

-Es el secreto de todos los legisladores sabios -dijo don Quijote-, que saben ser meros copistas de Dios, cuando hacen leyes, que ya están hechas, y escriben códigos, que rigen el mundo sin estar escritos.

-Ese método -observa el secretario-, tiene un inconveniente y es que él puede acabar por hacer creer a los que marchan por delante de las cosas, que son las cosas las que los siguen a ellos, en materia de legislación y de gobierno.

-Tanto peor para los que sucumban a esa fatuidad -responde don Quijote-, pues tendrán la suerte de Satanás, que cayó de su altura eminente, precisamente porque se creyó tan poderoso como Dios.

-Yo creo -dijo el gallego-, que para evitar disputas y pleitos de "contre-façon", falsificación de leyes, con el Legislador Supremo, lo más seguro sería copiar uno de esos códigos con que los emperadores y reyes absolutos amoldaron las sociedades de su mando, para hacerlas servir al ensanche y sostén de su poder nacional. Sería el medio de ganarles su gloria, sin tomarse su trabajo.

-Pero mi secretario olvida -dice don Quijote-, que para imponer copias de códigos, cuyos originales se impusieron a los pueblos por la fuerza de los ejércitos, se necesitan ejércitos de ese mismo poder, es decir, ejércitos de soldados, no de carneros. Lo más obvio y económico en nuestro caso será copiar al legislador que codificó sin ejércitos. De este modo, en vez de copiar copias, copiaremos el original mismo del "código civil de la creación".

-¡Pues qué! ¿Hay un código civil de la creación? ¿dónde está ese código? ¿quién lo conoce? -pregunta el gallego.

-En todas partes, para el que sabe leerlo -responde don Quijote-. Vivimos en virtud de sus preceptos y los seguimos sin pensarlo, como meros instintos condicionales de la vida. Yo dictaré a mi secretario el plan y las bases de ese código de los códigos, para que en la calma del recogimiento medite y haga nacer todo su texto de las grandes bases y según el plan que me limitaré a diseñar en el siguiente "título preliminar", o prefacio, o preludio, o sinfonía del "Código civil de Quijotanía".

Bajo su dictado el secretario escribe lo que sigue: