Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Segunda parte

XXXII

Fin vergonzoso del Estado de Quijotanía

Acabado este discurso, que sumió al secretario en la más profunda consternación, Don Quijote salió al patio a ver por qué ladraban los perros, y se encontró con un grupo de jóvenes viajeros, que llegaban a la casa, para preguntar por el camino que conduce al nuevo "Estado de Quijotanía". El gallego, que los reconoció desde lejos, se guardó de dejarse ver. El camino de "Quijotanía", dijo Don Quijote, es elque ha traído a ustedes a este lugar: ustedes están en "Quijotanía".

-¡Bravo! ¡bravo! -exclaman entusiasmados los jóvenes-. Si las estancias de "Quijotanía", son tan ricas como ésta, ¿cómo serán las ciudades? Pero nosotros vamos a la capital de "Quijotanía", donde reside su ilustre gobernador: ¿quiere usted indicarnos el camino?

-Ese gobernador es el mismo que tiene el placer de hablar con ustedes.

-¡Cómo! -exclaman ellos, sorprendidos de la extraña respuesta- o este hombre es un loco, o es un farsante del mejor humor -se dicen ellos.

Siguiendo la broma, los muchachos le preguntan si "Su Excelencia" les haría dar un poco de agua y un rato de hospitalidad. Uno de ellos protestó contra ese tono chancista. Los otros dijeron:

-En todo caso, al que nos toma por tontos, bien podemos tomarlo por loco.

-Sin duda -dijo el primero a Don Quijote- el señor gobernador está pasando en su estancia la temporada de receso.

-No, señor: yo nunca estoy ocioso. Esto, que a los ojos vulgares parece una estancia, es un Estado, el "Estado de Quijotanía".

-¿Y los habitantes?

-Sus habitantes pueblan su territorio -replica Don Quijote.

-Y esos pueblos, que venimos a conocer, ¿dónde están?

-Yo no conozco el arte de hacer ver a los ciegos -dice Don Quijote, un poco enfadado.

-Vamos -dice uno de los jóvenes- a reconocer por nosotros mismos el país, a ver si damos con los pueblos, que tal vez este hombre tiene interés en ocultarnos. Loco o farsante, dejémosle con su manía.

Esta determinación es adoptada; pero antes de saludar al incomprensible personaje, uno de los tunantes se permite preguntar si podría el "Señor Gobernador" hacerles traer por su "secretario" un poco de fuego para encender sus cigarros.

-¿Por qué no? -responde Don Quijote; y llama a su secretario, para darle esta embajada.

El secretario se hace sordo. Don Quijote renueva su llamado; nada. Don Quijote entra al salón, y no viendo allí a nadie, va él mismo en busca del fuego a la cocina. Esto renueva el buen humor de los muchachos, que persisten en creerle loco o farsante.

-Es bien rebelde el secretario que "Su Excelencia" dice tener -murmuran ellos irónicamente.

Don Quijote, picado en su amor propio, obliga al secretario a presentarse.

-¡Cómo! -exclaman sorprendidos los jóvenes, al verle-, ¿no es el mismo que hemos visto en la capital? Aquí hay un misterio -dice el uno. -Aquí hay una gran superchería -dice el otro. -No es posible: vamos a ver la realidad por nuestros propios ojos. -Confirmada la sospecha por una rápida inspección del país, en que nada que parezca ciudad o pueblo se descubre, los viajeros vuelven a la capital, que, lejos de acoger la sorprendente revelación, la rechaza obstinadamente, la atribuye a cálculos de especulación de los que quieren ser solos en la explotación de los negocios que promete el país desconocido. Los reveladores insisten, pero el público se hace sordo; guarda todas sus ilusiones, y trata de traidores y de malos patriotas, que niegan los progresos del país, a los que quieren persuadirle del engaño insolente de que ha sido víctima. La realidad se hace admitir al fin, por los testimonios, que se multiplican al infinito, y el Gobierno Nacional se ve obligado a decretar la prisión de los impostores y su traslación ante la justicia criminal.

Don Quijote y su secretario entran al fin en la capital, como reos de Estado, por entre medio de una multitud a la vez insolente y simpática, que tanto los aplaude como befa y escarnece.

Sometidos a un proceso criminal, Don Quijote es absuelto por la excusa de demencia o monomanía, y el secretario es condenado como cómplice doloso a la pena de destierro por un año, en la frontera de Patagonia. Los dos fueron condenados a pagar las costas y a la pérdida del ejemplar que tenían del libro de "Darwin" sobre el "Origen de las especies". Había sido el petróleo que inflamó sus cabezas pajizas y podía echarlas en la reincidencia, si no se les confiscaban esos libros.

El lector recordará que todo este episodio relativo a "Quijotanía", ha sido parte de los datos que Fígaro suministraba a Luz del Día para prepararla a dar su conferencia sobre la libertad y el gobierno libre en Sud-América.

Después de referirla las locuras y disparates del legislador y libertador de "Quijotanía", en su ensayo de colonización social, continuó Fígaro en los siguientes términos la conversación preparatoria de la conferencia, en que Luz del Día debía exponer la teoría y los príncipios del gobierno libre, antes de dejar la América del Sud para volverse a Europa.