Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi
Tercera parte
XXVII
Pellizcos de despedida entre Fígaro y Luz del Día
-He ahí, concluyó Fígaro un poco evaporado con los perfumes de su elocuencia, las verdades que Luz del Día puede decir a Europa respecto de Sud América sin temor de ser desmentida.
"Y si la 'Verdad' gusta de oírse decir la verdad, Luz del Día me permitirá decirla una, acerca de ella misma, y es que la verdad para cuya luz es la América del Sud una especie de lechuza, que necesita de la oscuridad para ver claro, esa verdad es solamente la verdad moral y social, la verdad política y religiosa; no la verdad física y natural. Si el hombre de Sud-América puede tener motivos de temer la luz capaz de revelar la deformidad y pobreza de su condición presente, la naturaleza física tan rica y tan hermosa, de esta parte del nuevo mundo no necesita sino de luz para ser vista y brillar. Aquí Galileo podría ofuscar al sol sin temer a la Inquisición. La verdad natural y física podría surtir de un mar de luz utilísima al mundo entero, si el naturalista, el geólogo, el botánico de la Europa viniesen en su nombre a interrogarla sobre los arcanos de riqueza y de curiosidad científica, que se abrigan en su suelo, tan desconocido en sus entrañas como estuvo su superficie hasta que Colón la descubrió."
Luz del día, reconocida de los útiles avisos de Fígaro, no queriendo dejar sin retribuirle el regalo de esta última verdad personal, le recordó que "Bonpland" había venido a estudiar la naturaleza, no la sociedad, pero que la sociedad, no la naturaleza, le confiscó su libertad natural y su persona. Que Humboldt hubiese encontrado la misma suerte en Sud-América si su curiosidad sabia le hubiese traído en la dirección en que su amigo y colega perdió su libertad y el fruto de sus estudios. Esto le hace temer por la suerte del sabio, que por no traicionar a la verdad necesita demostrar a veces que tal territorio, que se pretende formado de oro, no se compone sino de tierra; que tal río, que se tiene por navegable, apenas tiene agua para alimentarse; que tal clima, que se llama la salud, es al contrario la peste; que tal pueblo, que se cree llamado a ser eterno, vive sobre un mar subterráneo de lava volcánica. No hay dos verdades en el mundo: una moral y otra física. La verdad es una, como la naturaleza; y el país en que cuesta la cabeza el decir y probar a un falso apóstol de la libertad que es un liberticida, que se cree liberal sólo por haber muerto a la libertad sin conocerla, será el mismo país en que los reveladores de la verdad física y natural vivirán expuestos a la suerte de los Galileo, de los Colón, de los Lavoisier, de los Bonpland.
Londres, febrero de 1871.
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