Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Primera parte

V

Tartufo y Luz del Día

Tartufo que no era un Marat, sabía por su conciencia, que no era indigno de una Carlota Corday, y por sí o por no, puso su pistola debajo de la almohada. Se sentó en su cama, se puso su "robe de chambre" de seda, medio se peinó, compuso su cama lo mejor que pudo y esperó la entrada de su misteriosa visita, que en ese momento hizo su aparición.

Para entrar, había dejado caer sobre su rostro un velo negro que hacía más picante su interesante persona y que la permitía ver sin ser vista.

Desde su entrada reconoció al genuino y verdadero Tartufo, y se quedó estupefacta de aquel hallazgo, que destruía todas las ilusiones de su viaje de refugio al Nuevo Mundo, que ella creyó ser el de la verdad. Él pensó que el rubor la detenía y la invitó con voz dulce y expresiva a llegar hasta su lecho...

Era lo que ella esperaba, para confirmarse sobre la identidad del sujeto. Luz del Día se avanzó hacia Tartufo y cuando él la tendía amablemente sus dos brazos, ella asumió como un relámpago su imponente y majestuosa beldad, arrojando su velo y todo su traje hasta quedar en la plena y casta desnudez que la presta la mitología de los antiguos.

Tartufo al reconocerla, lanzó un grito de horror y se quedó como desmayado; pero no lo estaba, porque descansaba en la confianza de que su poder era más grande que el de la Verdad. Sin embargo, aparentando reasumir su presencia de espíritu.

-¿Es con el objeto de perseguirme que usted ha cruzado el Océano? -preguntó a Luz del Día.

-Es con el objeto de huir de usted y de las generaciones formadas a su imagen, que he venido al mundo que yo creía ser el de la verdad misma. Pero ya que he tenido la buena o mala estrella de descubrirle, haré al menos a la América el servicio de revelarle o delatarle la presencia en su seno del monstruo más terrible y más capaz de perderla.

"Yo sería criminal ante mi propia conciencia, si por evadir este deber, dejase envenenar la educación de esta nueva sociedad, en manos de la mentira personificada.

"En cualquiera otro caso puede ser la hipocresía menos desastrosa, que posesionada de la educación, en que ella es a la salud moral del país, lo que el veneno en las fuentes, en las aguas y alimentos de que se nutre el pueblo; es multiplicar a Tartufo, unidad de perversión, por el número de habitantes de que se compone el país, y hacer poco a poco de todo él, una personificación colectiva y gigantesca de la mentira, empleada contra sí misma."

Después de oír tranquilamente esta declaración, Tartufo habló a Luz del Día en estos términos:

-No se equivoque usted, señora, sobre la importancia del mal que pueda hacerme la revelación con que usted me amenaza. Un poco de prestigio menos sería toda mi pérdida; pero si en la necesidad de mi defensa, yo tuviese el dolor de delatar a usted misma y hacer saber a estas gentes cuál es el terrible y verdadero carácter de usted...

-Yo soy la Verdad -interrumpe Luz del Día.

-Bien lo sé, y por eso cabalmente es usted la desgracia, el crimen y la calamidad, más temida en estos países, más todavía que en Europa. Sin duda alguna, yo sería perjudicado por la revelación con que usted me amenaza; pero no sería sino un mal de opinión muy transitorio. Aquí todo el mundo hace profesión pública de rendir homenaje a la Verdad, pero cuidando en realidad de exterminarla, en todas las ocasiones que se presentan de hacerlo impunemente y sin darlo a conocer.

-¿Y quién tiene la culpa de ello? -interrumpe irritada Luz del Día.

-¿Quién? Confiese usted que la responsabilidad está muy dividida -dice Tartufo.

-¡Cómo!

-Sí, porque la Verdad, a fuerza de ser dura, precipitada, orgullosa, provocativa, se hace odiosa y odiada de los hombres, que nacen vanos, por decirlo así, y son todo imperfección, aquí como en todas partes.