Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Primera parte

VIII

Gabinete industrial de Tartufo

-Pasemos entretanto a mi gabinete de trabajo -dice Tartufo, ya vestido, conduciendo a Luz del Día a una pieza inmediata, que tenía todo el aire de un museo de objetos y curiosidades arqueológicas sin dejar de estar amueblada del modo más elegante y confortable. Este cuarto era un "Cosmos". Estudiarle era iniciarse en la ciencia entera de la mentira moderna. Luz del Día dio rienda suelta a su curiosidad genial; queriendo verlo todo y haciéndose dar explicaciones de todo cuanto veía. Por ejemplo:

Acercándose a un armario que parecía contener libros y en que estaba escrito este rótulo, "Diplomacia", quiso ver en qué autores la estudiaba Tartufo y trató de sacar un volumen.

-No -la dijo Tartufo- no son libros, son cajones, que contienen cosas concernientes a diplomacia.

-Veamos -dijo Luz del Día con doble curiosidad ¿qué cosas son ésas?

-La diplomacia no se ha hecho para usted, mientras que en mí es innata. Yo la sé a fuerza de no estudiarla -dijo Tartufo.

-¡Cómo! -dijo Luz del Día- ¿soy yo incapaz de entender los grandes intereses que ligan a las naciones en el sentido de su progreso y bienestar solidarios? ¿No se ha hecho para mí la capacidad de entender los principios y aplicaciones del derecho, como regla general de vida universal, a las relaciones recíprocas de los Estados?

-Todo eso es la retórica, la máscara pueril de la diplomacia, que es algo más seria que los libros y los estudios de pasatiempo para niños vanos y viejos tontos -observó Tartufo.

-Veamos, pues, la verdadera diplomacia de Tartufo, y abre un cajón del armario, que parecía de libros. -Pero aquí no hay libros, dice ella. Aquí veo un gran mazo de llaves grandes y pequeñas, de todas formas, como para servir al oficio de descerrajar y abrir baúles, cómodas, puertas, armarios. Veo frasquitos con rótulos en que leo "ácido prúsico, láudano, sulfato de morfina, jarabe de amapolas, digitalina, cloroformo", en una palabra, una colección de venenos activos. Veo puñales y pistolas, caretas de máscaras, velos negros, escaleras de cuerda, rompe-cabezas, una porción de bolsillos, como para poner piezas de oro; en fin, mil cosas que me hacen creer que veo la oficina de un juez del crimen, por no decir de un criminal.

"El único libro que aquí encuentro, en un cuadernito o memorándum, titulado: 'Relaciones importantes', que contiene estos capítulos: 'Porteros de casas y oficinas: mozos de hotel, obreros que han cumplido su pena en los presidios, escribientes y secretarios privados de los escritores y publicistas'. Yo no veo qué relación puede tener todo esto con la diplomacia", observó Luz del Día.

-Por eso digo, que usted no ha nacido para la diplomacia -repite Tartufo- La Verdad es como el sol, puede ser vista, pero ella nada ve, porque la luz no tiene ojos. La diplomacia se siente, pero no se explica; es un tacto, un instinto, un don que Dios da a los más humildes, como a la araña el de tejer telas, que no harían los mejores fabricantes de Lyon y de Manchester.

-¿Pero los venenos?

-Los venenos son la base de la medicina. Su nombre griego de "drogas" muestra que se confunden con los medicamentos. Suprimir un pólipo o un insecto parásito, que vicia la sangre del cuerpo social, no es sino dar la salud a la sociedad -dice Tartufo.

-Pero eso es la moral del asesinato -observa espantada Luz del Día. -Las víboras en tal caso no deberían ser exterminadas, sino adoradas como los seres guardianes del hombre. Amiga de la humanidad, yo no puedo querer el bien que hacen los bribones, según la teoría de Tartufo.