Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Segunda parte

II

El Cid. - Don Pelayo. - Noticias de estos emigrados

"En cuanto al Cid Campeador, a don Pelayo y a esos generosos y ásperos guerreros de la España caballeresca, emigrados en América cuando terminaba la guerra de los moros y cuando los infieles del mundo de Colón tomaban el papel de estos últimos, pocas son las noticias que Tartufo puede dar a Luz del Día. Ellos son como extranjeros a las ciudades formadas por el comercio moderno en Sud-América, casi siempre judaico y protestante por índole. Se han quedado en las montañas, en las campañas desiertas, en las soledades mediterráneas del nuevo mundo, que les recuerdan, tal vez, mejor los bellos días de sus primeras proezas de América contra los salvajes infieles, que la poseían antes de la conquista.

"En la guerra de la Independencia tomaron su parte, sin duda, pero fue para defender la libertad que adquirieron de vivir sin sujeción a nadie, ni a su mismo soberano. Defender la independencia de América fue para esos vetustos y célebres caudillos tomar entre sus manos lo que creían ser su propiedad personal por haber sido ellos el instrumento inmediato de su conquista hecha por los reyes de España; fue reemplazar al rey en el gobierno de lo que, a sus propios ojos, era más bien un reino de ellos mismos.

"Tal fue la alteración y degeneración que la América desierta produjo en los campeadores o campesinos del tiempo de la conquista de América, quedados en sus desiertos como colonos. Sus caracteres presentan una mezcla incomprensible de grandeza y de barbarie, de crimen y de heroicidad. Así es que de un lado tienen adoradores y secuaces fanáticos, y del otro violentos e implacables enemigos, siendo generosos y desinteresados las más veces, tanto sus amigos como sus enemigos. La dominación bastarda de la España, los llamó caudillos insurgentes; otras dominaciones posteriores, no menos bastardas, sin embargo de surgir de la tierra misma, les conservaron la misma ojeriza.

"Me guardaré de insinuar que esos caudillos de Sud-América sean la continuación del Cid Campeador al pie de la letra; pero si el Cid se encontrase todavía en América bajo algún incógnito o tan bastardeado que no estuviese conocible, por cierto que no habitaría en los lugares donde viven los Gil Blas y los Basilios, con cuyos hábitos de refinamiento y sibaritismo no tienen punto alguno de analogía.

"La América y su régimen moderno han cambiado al Cid como nos han cambiado a nosotros mismos, prosiguió Tartufo aludiendo a él y a sus amigos. El Cid ha degenerado, como han degenerado todas las especies emigradas de la Europa, desde la especie humana, hasta la especie bovina; desde Don Quijote, hasta su rocinante; desde Sancho, hasta su jumento. El suelo desierto tiene una acción embrutecedora, como el suelo cultivado y poblado tiene una acción civilizadora. Así los Pelayos y los Cid de la América del Sud, se han vuelto flojos, perezosos, sedentarios; se han acanallado por efecto de la democracia, y han cobrado un apetito desordenado de los bienes del prójimo. Tienen mucho de 'comunistas', tal vez por lo que deben a Loyola de su educación primera. Como campeadores, los Cid de Sud-América son de condiciones campesinas, héroes rurales, que Luz del Día no podría conocer en las ciudades, porque sólo habitan las campañas y las poblaciones interiores y apartadas. Nuestros Cid de las ciudades son verdaderas caricaturas de baja comedia. Hacen sus campañas sin levantarse de su sillón, o alrededor de los salones. Su lanza es la frase, con que traspasan el globo terráqueo, como si fuera el globo de una naranja. Hacen sus expediciones alrededor de un periódico, tendidos en un sofá, quemando cigarros fragantes más que cartuchos de pólvora. Cantan al viejo Cid y sus hazañas, pero se guardan de imitarlas por no profanarlas, dicen ellos."