Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi

Tercera parte

XXVI

Ventajas desconocidas pero incomparables de Sud-América

"La América antes española tiene grandes desventajas en su condición política y social, dijo Fígaro, no sólo respecto de la América antes inglesa, sino de la misma Europa menos bien dotada para la libertad. Esas desventajas son lo único que la Europa conoce de la América española de origen. Luz del Día no tiene necesidad de descubrirlas allí como verdades nuevas.

"Pero así como en la América del Norte de cada desventaja física, el pueblo inglés que la colonizó sacó un gran partido industrial para su prosperidad ulterior, así de cada inconveniente que ofrece la condición de la América española de origen resultará para ella una condición y una garantía de su prosperidad futura. Estas compensaciones felices de sus desventajas evidentes, son lo único que ignora la Europa; y la revelación de su verdad autorizada por la voz de Luz del Día será una misión tan digna de ella, como placentera para los amigos europeos de la libertad de Sud-América.

"Sabido es que la América antes española ha sido una colonia hasta principios de este siglo; que su pasado político, más que deplorable, ha sido nulo y que su presente es digno de su pasado. Todo esto es verdad conocida. Pero al lado de esta verdad hay otra y es que así con ese pasado y ese presente en posesión de su soberanía, y que bien o mal él se gobierna por sí solo. Este hecho no tiene muchos ejemplos en Europa. La República Suiza vive por el favor y garantía de monarquías despóticas. La América se gobierna mal, pero se gobierna a sí misma, y en esto consiste toda la libertad política. Si no está por este hecho, en el goce pleno de su libertad, y aprende a manejarla por el mejor método, que es el de la naturaleza; por la experiencia propia y directa. A fuerza de gobernarse mal, acabará por aprender a gobernarse bien. No se aprende la libertad sino como se aprenden los idiomas: por la mera repetición de los actos. Se empieza por hacer reír; se acaba por hacerse admirar. La libertad inglesa salió de los bosques de la Germania, no de las universidades alemanas. ¿Cómo se formó? Formándose y practicándose. Hoy mismo, aunque mal, el último pueblo de Sud-América maneja las herramientas del gobierno libre como no lo haría el pueblo de muchas naciones de la Europa, que fuese llamado inopinadamente a ejercer el sufragio universal, el derecho de reunión, la garantía de la guardia cívica.

"Le falta un gobierno propio, robustecido por una tradición secular. Esta falta es un mal, pero este mal, le permite fundar sin resistencia el gobierno moderno del país por el país, mejor que pueden hacerlo España, Italia y Francia, donde el régimen moderno tiene que luchar con resistencia del régimen pasado, mantenido en hábitos seculares.

"La América del Sud republicana, es débil comparativamente a la Europa monárquica, de resultas de su democracia, bastante desarrollada para existir, no lo bastante para existir pacífica y prósperamente. Bajo este aspecto la Europa monárquica la excede en las ventajas de la estabilidad y de la unidad. Pero, si es verdad que estas ventajas faltan a la América republicana, no lo es menos que la Europa monárquica tiende a perderlas en fuerza de su mismo desarrollo democrático y liberal.

"La América del Sud republicana carece de marina mercante. Esa falta la vale un cuidado menos, el de una marina de guerra, que no tiene, porque no necesita tenerla. La falta de marina propia pone a su disposición la marina de la Europa, que puebla sus puertos con sus bajeles y trae a sus costas la emigración, la riqueza, la civilización del mundo más adelantado. Para prolongar el goce de esa ventaja, la basta abstenerse de 'actos de navegación' a lo Cromwell.

"También falta a la América antes española una industria fabril; pero esta falta es cabalmente la que mejor garantiza el desarrollo de su riqueza. Al favor de esa circunstancia, la América antes española es un anexo industrial de la Europa más culta, sin dejar de ser independiente. Si no tuviera esa falta, sería preciso inventarla, como el mejor método económico de asegurarla la colaboración del mundo civilizado en la obra de su civilización propia. Con tal que el trabajo le produzca la riqueza de que necesita para vivir, ¿qué importa que el trabajo le produzca materia primera y no materia fabril? La paz del mundo estaría mejor garantizada si cada nación tuviese que vivir de la producción especial de su vecina. La gran ley de la 'división del trabajo' gobierna a las naciones como a los individuos. ¿Qué se diría de un individuo que por no depender de su semejante se empeñase en ser su propio zapatero, su propio sastre, su propio arquitecto, su propio carnicero, su propio sirviente? Tal sería la posición del país que, para bastarse a sí mismo, cerrase sus puertas a la producción industrial de los demás. Si un mundo deja de ser independiente cuando no produce y posee como suyo propio todo lo que es esencial a su vida, la tierra que habitamos debe ser considerada como dependencia colonial del sol, porque la luz de que viven sus reinos vegetal y animal le viene de aquel astro lejano, que constituye un mundo extranjero. ¿Somos menos señores de nuestro planeta, porque de otro astro nos suministra la luz y el calor de que viven las plantas y los animales que sirven a nuestro alimento? ¿Renunciaremos a la luz del sol porque nos viene del extranjero, en vez de nacer de nuestro globo?

"Si los gobiernos de Sud-América son débiles e impotentes, no falta a ese defecto su compensación, y es la de ser impotentes para el mal, o lo mismo que lo son para el bien. Gobernados ellos mismos por corrientes de intereses más fuertes que su poder, son menos responsables que lo parecen, en lo malo, que meritorios en lo bueno. Si son efímeros y transitorios, en su existencia personal, no es poca compensación de ese mal la de ser breve el de su existencia misma.

"La frecuencia de las elecciones que es inherente al gobierno republicano es incompatible con la paz; pero ese mal tiene su premio, y es que la frecuencia con que se usa la libertad electoral contribuye a formar la educación y costumbre de esa libertad, más que la mejor escuela.

"Las Repúblicas de Sud-América son pobres en población, pero ricas en territorio. Lo contrario sería menos ventajoso, porque la población pequeña puede dilatarse hasta alcanzar el tamaño del territorio grande, pero no un territorio chico hasta el de una población crecida. La República Argentina podría ser un día del tamaño de la Francia; la Bélgica no podría serlo jamás, con su territorio actual.

"La América del Sud está fraccionada en catorce Repúblicas, cuyos intereses se contradicen porque sus necesidades son idénticas; pero al lado de esta desventaja reside un bien sin paralelo, y es que su catorce Repúblicas hablan un mismo idioma, son una misma raza, vienen del mismo origen, tienen la misma historia, la misma edad, el mismo sistema de gobierno, el mismo culto religioso, el mismo derecho civil, la misma sociedad, la misma suerte actual, y probablemente los mismos destinos.

"Como el progreso de las naciones no es la obra de sus gobiernos sino el resultado de su propia conducta, cuando los gobiernos no la contrarían, la prosperidad de América está asegurada por la ausencia de gobiernos bastante fuertes para contrariarla.

"Hasta el mal de la deuda en que está Sud-América empeñada para con la Europa, por sus legados de Gil Blas, de Tartufo, de Basilio, etc., tiene su compensación en los retornos americanos de esos tipos, mejorados en el nuevo mundo al grado de poder ser tutores de sus abuelos.

"Y si algo de Gil Blas y de Tartufo debe entrar en la composición del político moderno, la América del Sud es mejor escuela para formarlo que no lo es la misma Europa de esos tipos. Las Repúblicas de Sud-América, por su edad y su gobierno, se acercan más de la Italia representada por Maquiavelo, que no sucede a las monarquías más adelantadas de la Europa actual. La discreción, el disimulo, la lisonja, la duplicidad, son armas naturales y necesarias del que habita países de inseguridad, en que la ineficacia del gobierno abre a la arbitrariedad del individuo un campo de agresión ilimitado. Por las razones contrarias, un inglés, un alemán, por ejemplo, son más simples, más candorosos en la conducta de los negocios de la vida, que no puede serlo el hombre de una república sudamericana, a causa de que la seguridad completa en que se educan y viven aquellos bajo su fuerte civilización, no los deja sospechar siquiera la necesidad de temer y precaverse de asechanzas. Así se ha visto en la diplomacia multitud de ejemplos de ministros superiores en instrucción y poder que han sido vencidos en habilidad por diplomáticos comunes de la América del Sud. Son comunes en ciencia, pero eximios en destreza. En vista de esto haría bien Luz del Día en aconsejar a los países de Europa de enviar sus jóvenes, que se consagran a la diplomacia, a las repúblicas de América en busca de las cualidades prácticas de su arte, así como los americanos envían a Europa su juventud para adquirir las lenguas, los conocimientos, los usos exteriores de la Europa diplomática. En ambos casos no son sino conocimientos complementarios y de mero ornato, pero no menos esenciales que los rudimentales y de fondo.

"La exigüidad de los intereses y de los acontecimientos que forman la trama de la vida política en Sud-América hace morir en la oscuridad un caudal de ejemplos vivos de maravillosa habilidad en la conducta de sus guerras y de sus revoluciones, que vistas de lejos causan un desdén, por otra parte merecido.

"La Verdad no debe dejar ignorar a la Europa que en Sud-América, la 'política' y la 'sociedad' son dos mundos diferentes y tan diferentes, que parecen no ser mitades de uno mismo. Mientras que el uno es todo escándalo y desorden, el otro es regido por el orden más normal y regular. Todo lo malo que la Europa escucha y sabe de la América del Sud pertenece exclusivamente a su política. En ella viven concentrados todos los célebres campeones que proceden de Tartufo, de Basilio, de Gil Blas y Cª., mezclados, es justo decirlo, a los tipos del más noble origen, siendo estos últimos la pitanza de los otros. La sociedad, al contrario, se compone de los mismos elementos que forman la sociedad más civilizada de la Europa actual.

El terreno favorito de aquellos personajes y su prole, en la Europa latina, era la Iglesia, la familia, el hogar, la propiedad civil, la vida privada; en la América latina independiente han trasladado todos ellos sus lares a la política, y habitan exclusivamente las regiones del gobierno, de la administración, de la guerra, de las finanzas, de la prensa, de la diplomacia, de la vida pública, en fin, convertida en industria y vida privada a su vez, y en profesión liberal para ganar fortuna, rango y respetabilidad. Esto es lo que la Europa ignora, cuando juzga de la civilización de Sud-América por los hechos que ofrece su política, sin embargo del ejemplo que la Francia la ofrece en sus revoluciones repetidas, de un país culto, civilizado, ordenado en todo lo que toca a la sociedad propiamente dicha, escandalizando sin embargo al mundo por los desarreglos de un orden político, que esa gran nación no acierta a constituir y realizar sobre bases estables y regulares. Mientras que el orden social en Sud-América obedece a una constitución secular, sus gobiernos nacidos ayer se agitan en busca de la forma que la historia, o la serie de los hechos que componen su vida moderna, no ha tenido tiempo de darles. Todo lo que América recibe de la Europa culta en hombres, familias, industrias, capitales, entra y vive en el dominio del 'orden social o civil' y queda extranjero al dominio de la 'política'. Esta América social y moderna así regimentada es la garantía de regeneración y mejoramiento progresivo de la América política. La familia inglesa, alemana, suiza de extracción, son estériles para fecundar esos románticos tipos latinos, que campean en los dominio de Molière y Beaumarchais. Apenas se ve un 'caudillo', un 'héroe', un 'protector', un'tribuno', un 'libertador', de los que forman la gloriosa plaga de la América latina, que lleva un nombre sajón o alemán de origen, no obstante el desarrollo anglosajón y alemán de su población moderna.

"La Europa monárquica no tiene derecho de reír y desesperar de la inexperiencia que presenta la república en Sud-América, ante el respeto que infunde el ejemplo de la república en la América del Norte, al porvenir político, no solamente de la América del Sud, sino de la misma Europa monárquica, tanto del Sud como del Norte; a la Europa latina lo mismo que a la Europa sajona, a la Europa de Gil Blas, lo mismo que a la Europa habitada por la raza de Franklin y de Washington. Si la América del Sud puede a veces merecer la risa, no es porque ignora la monarquía, sino porque no sabe realizar la república, que es y será sin embargo su gobierno natural e inevitable. Ella aprenderá a realizarse como la América del Norte, y lo que será curioso es que lo hará con el auxilio de la misma Europa monárquica, servido por la naturaleza de las cosas de este modo:

"No es la 'libertad política' sino la 'seguridad social', la garantía que da a los Estados Unidos sus millones de emigrados y pobladores extranjeros.

"El extranjero no puede ser atraído por el aliciente de una libertad política de que no puede gozar por su calidad misma de extranjero sin abdicar su nacionalidad propia, que él no desespera reasumir activamente un día en su propio país. Lo que le lleva principalmente es el incentivo de una seguridad, que su calidad de extranjero no le estorba disfrutar a igual título que el indígena, desde el primer día que pisa el suelo que le ofrece mejor vida que su país.

"La América del Sud es feliz en ser tan capaz de seguridad privada como los Estados Unidos, ya que no lo es de realizar como ellos la libertad política, que la diversidad de su pasado respectivo, en punto a educación gubernativa, hace posible a la una y muy difícil a la otra.

"La libertad, considerada como el gobierno del país por el país, es un bien difícil de poseer, porque supone una educación de siglos en la práctica del propio gobierno, que los más de los países llamados libres sólo poseen platónicamente; pero de la seguridad civil, que es obra del gobierno más que del país, todos los pueblos son capaces, aun los menos adelantados, porque hasta el despotismo puede darla.

"En el desarrollo histórico y cronológico de las dos garantías, la 'seguridad social' ha precedido siempre a la 'libertad política', aunque una correlación estrecha las haga ser dos hechos que se producen mutuamente. Es para la salud de Sud-América el que así suceda, porque la seguridad del extranjero inmigrado, que se confunde con su libertad social y civil de vivir, residir, circular, trabajar, adquirir, poseer, disponer, contratar, casarse, asociarse, testar, pensar, creer, publicar, es no solamente el medio heroico de poblarla rápidamente de los habitantes civilizados de la Europa, sino que su cultivo y ejercicio regular, es la mejor escuela preparatoria de la libertad política.

"La seguridad individual tiene esta otra ventaja incomparable para la educación de Sud-América, y es que como 'derecho del hombre', accesible en calidad de tal al extranjero en el mismo grado que al indígena, ella puede ser colocada bajo el amparo del derecho internacional mediante tratados de amistad y comercio, por cuyo medio los grandes gobiernos del mundo civilizado, pueden colaborar con los de Sud-América, sin perjuicio de su recíproca independencia, en la obra del desarrollo y conservación de la seguridad o libertad civil, cuya sola garantía puede bastar para salvar la civilización en Sud-América.

"Esta consideración debe hacer pesar sobre los gobiernos de la Europa gran parte de responsabilidad en la suerte de los Estados de América del Sud, que esos gobiernos se contentan hoy con deplorar y compadecer en sus crisis de transformación, en lugar de ayudar a su mejoramiento, con los medios de acción legítima, que les da el derecho de gentes, y en servicio de los mismos intereses europeos sobre todo.

"La América antes europea, no por haberse hecho independiente, ha dejado de pesar en la balanza del equilibrio del mundo, o de ser al menos capaz de afectar el equilibrio de la Europa por la influencia preponderante que algunos de sus Estados pueden llegar a ejercer en otros del nuevo mundo, en interés de su poder propio en Europa. Cada día será mayor la solidaridad de los dos continentes, y menos extenso el espacio que los separa. Peor para la Europa civilizada si su imprevisión deja nacer y crecer en Sud-América los gérmenes de un mal que tarde o temprano cruzará el Atlántico en alas del vapor y del comercio, que poco a poco lo suprimen."