Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi
Primera parte
XLIV
Los locos de América
"Como Don Quijote emigró también con otros y anda por estos países, abunda en ellos una casta de locos, que sueñan con su Dulcinea, y que para unos es la celebridad, para otros la gloria, para otros libertad; y corriendo toda clase de aventuras por alcanzar sus imaginarias deidades, se hacen dar de palos, se hacen maldecir y desterrar, se dejan matar, por fin, no solamente sin hacer un mal gesto, sino con el gozo estúpido de los mártires. Por la gloria póstuma, la horca los hace sonreír, y con tal de hacerse célebres, poco les importa andar desnudos y morirse de hambre. Lo peor es que esos tontos dañinos pretenden afear y desacreditar a las ocupaciones de que vivimos los hombres como Basilio, Tartufo y yo, que gracias a Dios vivimos ricos y confortablemente por nuestros trabajos profesionales. Y lo que acaba de empeorar la cosa es que consiguen su intento y nos hacen un daño horrible, con sólo desdeñar lo que nosotros buscamos y poseemos, y con sólo envolverse en sus corazas vaporosas, que llaman ellos honor, probidad, desinterés, patriotismo. Sin necesidad de tener nuestros palacios, nuestros coches y lacayos, nuestros festines, poderes y caudales, ¡esos locos salen a menudo con la suya, haciéndose ver y escuchar y respetar más que nosotros mismos!... Pero nuestro Basilio conoce el arte de meterles en razón, y a fe que lo desempeña con un éxito que daría envidia al mismo cólera morbo. Veinticuatro horas le bastan para dar en tierra con el honor más bien parado y para traspasar y dejar como arrieros esas corazas llamadas probidad, integridad, patriotismo. por los proyectiles de su cañón Krupp, su calumnia de mil libras de calibre. No faltaría más que dejarles morir impunemente a esos locos para hacerles ganar la palma del martirio, como ellos dicen, y seguir dañando desde su tumba nuestros intereses, con ese fantasma de martirio heroico, en que creen a pie juntillo, los papamoscas que forman el pueblo soberano. Basilio se encarga de suprimirlo y de esculpir en su epitafio las palabras ladrón, asesino, malvado, embustero, para que el caminante al leerlas exclamé: 'Bendita sea la mano que nos, libró de él.'"