Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi
Primera parte
XXIX
Moral del espionaje explicada por Tartufo
Con la conversación entusiasta, Basilio ha olvidado de contar las copas de vino que se ha servido él mismo, sin esperar a que los criados se las ofrezcan; excusa que conviene no olvidar en favor de Tartufo y su casa. Cediendo a una especie de delirio de perversidad y de gula, la boca de Basilio vomita estas máximas mezcladas con eructos vinosos y sanchescos del olor más infecto:
-Yo parto -dice- de estos principios confirmados por la experiencia de cada día. Nuestros traidores naturalmente son los de nuestra intimidad. El que está fuera de nuestra afección, no puede traicionarnos, como no puede abrir nuestras puertas el que está en la calle, fuera de nuestra casa, sin tener sus llaves.
"Nuestros espías naturales son nuestros amigos, continúa Basilio, por la sencilla razón de que sólo ellos tienen acceso a nuestras intimidades que se desea poseer, para hacernos la guerra. No confiamos nuestros secretos a los desconocidos, y mucho menos a los adversarios. El amigo íntimo es el cajero y depositario obligado de este tesoro. Los hombres superiores son vanos; y la vanidad no conoce la reserva. Cuando no son indiscretos, son confiados; y confiar su secreto, es traicionarse a sí mismo. ¿Qué extraño es que el amigo descuide un secreto, que no es suyo, cuando nosotros mismos lo hemos descuidado siendo nuestro? Lo que digo de los amigos, lo digo con doble razón de la familia, en materia de secretos y espionaje; y lo que he dicho de la familia, en materia de conspiraciones, lo digo con doble razón de los amigos. Por las reglas de mi arte, se consigue matar al padre con los avisos y datos, que ha dado su hijo, sin saberlo, y 'viceversa'; suprimir al marido, al favor de los secretos arrancados al candor de su mujer y de sus hijos; perder al amigo por datos arrancados a la indiscreción o confianza del amigo. Los mejores espías son los espías inconscientes, y esos son generalmente los amigos y parientes más cercanos."
-Esos, al menos -observa Luz del Día- son ajenos de felonía; pero el espía aleve y doloso, que finje amistad y gana la confinaza, nada más que para robar, al favor de ella, las revelaciones que vende al enemigo de su amigo, es más que el traidor; es peor que el' ladrón, es el enemigo más atroz que pueda tener una sociedad bien reglada. Las más veces, es un cómplice de asesinatos y robos, que sin su cooperación, no hubieran podido cometerse. El que tiene la desgracia de caer en manos de un espión semejante, es un hombre a cuyo cuerpo se ha enroscado una víbora, peor que la de cascabel, una víbora sorda, que mata sin ruido.
-Yo creo -observa Tartufo- que la señora se exagera los peligros del espionaje y la maldad de que los espías son capaces. Yo creo conocer esa especie, porque la hemos practicado mucho. Hablo del espía de profesión, que vive de su oficio, ejercido como industria. El espía es como la chinche, como el piojo, un parásito que vive de la sangre de un hombre, a condición naturalmente de que este hombre viva. El parásito en este sentido, tiene cierto interés solidario con su víctima. Es un piojo de razón, que hace lo que haría el piojo irracional si pudiera. Es el hombre en fin que cuida a la vaca misma que él deja sin leche, para alimentarse de ella. El sabe que si no la deja alguna parte, muere el ternero y la madre deja de dar leche. No es compasión, es egoísmo el secreto de la bondad relativa del espía.
"El espía de oficio, que sabe serlo, sacrifica a su víctima cuidándola al mismo tiempo. Por este lado él aparece a los ojos de su víctima como un amigo, y lo es en efecto, pero hasta cierto grado únicamente: de ahí para adelante, es un enemigo. Es un Jano con dos caras, dos corazones, dos almas, dos leyes, dos conductas, y de ahí la dificultad para el espiado de penetrar la ambigüedad de su espía. Y así como el vaquero alimenta ricamente a la vaca para sacarla leche en mayor abundancia, así el espía de oficio redobla sus solicitudes y pruebas de amistad a su víctima, para arrancarla mayor número de secretos. El espía veterano es ameno, cómodo, divertido, comedido, tolerante en extremo, pues aguanta los desdenes como el vaquero las pisadas de su vaca, sin hacer sin gesto ni enfadarse contra el útil animal. Si le cierran la puerta, él entrará por la ventana en busca de su pan. El espía es amigo de toda la familia de su víctima, cariñoso, servicial con cada uno de sus miembros, porque cada uno le sirve de llave o ganzúa para sus pesquisas industriales. A menudo se hace profesor para abrirse todas las puertas, inspirar más confianza, y extender el campo de sus cosechas de secretos ajenos. La educación es cosa santa, que aleja toda sospecha del que hace profesión de darla. Para infundir más confianza, el espía lleva una o dos condecoraciones, que ha ganado por servicios de su oficio: generalmente las condecoraciones son la moneda con que se pagan esos servicios. A menudo las condecoraciones de honor son un signo con que se cubre la ausencia de la cosa, y nadie las necesita más que el hombre deshonrado ante su propia conciencia. El conoce el lado farsista de la vida: él sabe que a un hombre que posea 50 llaves falsas, escaleras de cuerda, colecciones de barrenos, amigos numerosos que hayan hecho sus estudios prácticos en los presidios, no le faltará más que una condecoración de caballero, para hacerse rico y poderoso sin pena ni riesgo.
"Y si a todo esto puede agregar la posesión de una larga familia, tanto mejor para acabar de ganar la confianza de las gentes honestas, y hacer más fáciles, seguras y ricas las adquisiciones de su mercancía, que es el secreto de los otros. Una larga familia no es una carga, como muchos la creen. Es una mina, y cuanto más chicos son los hijos, más abundante y productiva es la mina, para el espía de oficio, que sabe explotarla. Tal familia es un ejército, cuya fuerza está en razón directa de la debilidad de sus soldados. Detrás de ese escuadrón sagrado, el poder del espía es inexpugnable, pues hasta la justicia criminal tiembla de acercarse a sus santas murallas. El espía se siente glorioso de su poder, debido a su papel indigno de padre de familia, pues si ha multiplicado sus hijos sin cálculo lo ha hecho sin escrúpulo, de puro egoísta, indiferente a la suerte de los seres multiplicados por mero placer y sensualismo despiadado, no por otra consideración honesta. La indulgencia por tales seres se tornaría en severidad inexorable, si las gentes reflexionaran que hay una sucesión orgánica de la maldad; que el vicio del alma es hereditario como el tipo de la fisonomía, y que un padre educa por su ejemplo, más que por sus consejos y máximas. La reproducción de tales padres, es como la multiplicación de las víboras. Ayudarlo es poblar el país, no de hombres, sino de reptiles destructores, tanto más temibles cuanto que destruyen con la inocencia de las víboras. Todo esto que digo, concluye Tartufo, es relativo al espía de oficio y profesión; que en cuanto al espía de ocasión y casual, como el amigo sincero y el hijo de familia, está es la especialidad de Basilio, y le dejo a él la explanación de sus ideas".