Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi
Primera parte
XXVIII
Terribles recursos de Basilio
-Supongamos ahora otro ejemplo más elevado para que esta señora vea todo lo que en este ramo se puede conseguir en el mundo por conducto de las personas más débiles, más honestas y más simpáticas.
"Supongamos que el hombre llamado a ser suprimido es un enemigo público, un obstáculo internacional, el jefe de un partido político, de una provincia o de una nación enemiga. ¿Cómo hacer para suprimirle, cuando su vigilancia le hace inaccesible, y cuando en esta vigilancia toman parte todos sus amigos y todos sus soldados y funcionarios; cuando esos amigos y centinelas son todo el país que lo sostiene, porque lo quiere? Este es el problema que jamás ha resistido a los recursos de mi estrategia. Mi secreto reside en el conocimiento que tengo del punto vulnerable de todo hombre superior. Puedo decirlo aquí, en el secreto que nosotros tres nos debemos como amigos de Tartufo. Pero antes de exponerlo, debo pedirle a él perdón para jactarme en su presencia, de un secreto que se debe a la compañía ilustre de que fue su miembro regular en Europa. Ya se deja ver que quiero hablar de la familia, como máquina de guerra, y del arte de hacerla servir contra sí misma.
"En la plaza más inexpugnable, en el corazón del partido más compacto y celoso, el jefe más poderoso habita siempre una casa, en lo íntimo de la cual no hay soldados, ni policía, ni sospechas, ni precauciones, ni defensas, por la razón natural, que allí no hay enemigos, ni antagonismos de interés, ni la posibilidad natural de que estas cosas existan, porque esa casa y ese grupo son la familia, institución en que reposa la salud de la sociedad. Pues bien, esa familia es mi ejército de vanguardia, o por mejor decir, de reserva, porque es el último a que se acude. Un ejército de amor y de honor como ése, no se gana por el odio ni por el oro. Se gana por el honor mismo, como se corta el diamante con el diamante, y por incentivos del género del que los tiene tan apegados al jefe de la casa. Estos incentivos son conocidos por todo el que sabe dónde están las articulaciones y coyunturas que ningún vínculo de familia deja de tener, y sabe también cuál es el instrumento a que cadaconyuntura nunca deja de ceder. Vuelvo a pedir perdón a Tartufo; en este punto, yo he perfeccionado los procederes de su escuela, por la adición de mi arma favorita, la calumnia, que, agregada a la felonía, es como la aguja añadida al fusil fulminante. Por más que un hijo o un hermano guste de que su padre o su hermano posea un trono, más gustaría de poseerlo él mismo. Por más que un hermano o un hijo goce de ver una gran fortuna en manos de su padre o de su hermano, más gozo tendría en ser él mismo su poseedor. Una hermana puede amar mucho a su hermano, pero difícilmente dejará de amar más al hombre con quien puede partir su lecho. Estos arranques de la naturaleza, son mangos de que una mano hábil se apodera para remover al hombre-obstáculo de las aspiraciones ambiciosas de sus íntimos.
"Si el tirano o el malvado (como se llama siempre al hombre-obstáculo) llega a ser suprimido por los suyos propios con la prometida alianza de sus enemigos, se consigue el objeto deseado, junto con otro no menos importante, que consiste en la ignominia del que es destruido por los suyos propios; pues esto es como la razón dada a los enemigos del caído, por sus mejores jueces, que son los de su familia propia.
"Si, en lugar de sucumbir, el tirano descubre la conspiración doméstica y mata a los que intentaban matarle, tanto mejor en este caso pues se puede decir que se mata él mismo moralmente, pasando ante la opinión por un parricida, lo cual es también una especie de razón dada a sus enemigos. Al parricida, ¿quién no tiene derecho de hostilizar? Al que puede ser un parricida, ¿quién le creerá incapaz de ser un monstruo de tiranía? El que mata a los suyos, ¿a quién no será capaz de matar? Estos razonamientos que se forman naturalmente en todas las cabezas, se condensan como una nube negra de la cual se desprende el rayo, que hace pedazos al que parecía inaccesible a los ejércitos más fuertes. Cuando se ha muerto el honor y el concepto moral de un hombre, lo que queda de él es un cadáver andante. El que lo entierra es un servidor de ese mismo hombre y de la humanidad. Y ¿quién es el servidor en ambos casos? ¿La familia que conspiró o que fue víctima? No, el fusil de aguja de Basilio, la calumnia."
Lo dice él mismo con la cara llena de esa jactancia de Troppmann, desenfrenada en este caso por la excitación del vino, hasta el grado del "delirium tremens".