Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi
Primera parte
XXXVII
Término escénico de la comida y de la conversación. La verdad toma en infraganti delito a Basilio
-¿Y qué piensa usted mismo -pregunta Luz del Día a Basilio -qué opinión tiene usted, cómo mira usted a la Verdad?
-¿Yo? La detesto de todo corazón. He dejado la Europa por huir de ella; pues apaleada y perseguida allí mismo como anda, es intolerable por su vicio de revelar y delatar los defectos de las personas y de las cosas. La detesto de tal modo que no respondo de que no la traspasaría con un puñal, si la tomase sola en alguna parte.
Luz del Día se levantó entonces bruscamente y se dispuso a partir, alegando que era ya tarde.
Basilio tomando un tono amable y reposado, le dice:
-No sé si la señora conoce la costumbre de este país. Cuando una dama ha comido en sociedad y se retira, está obligada por el código de la amabilidad, a recibir tres besos de cada uno de los concurrentes.
-¿Tres, nada menos? -pregunta Luz del Día horrorizada.
-Es que no son dados en la boca. El uno es dado en lo alto del brazo desnudo sobre la señal de la vacuna, que ha preservado su hermosura. El otro es dado en el pecho, para que Dios la preserve de amar a la verdad y el tercero en la espalda para librarla de traidores.
-¿Es decir que para despedirse, una señora tiene que desnudarse?
-No enteramente; basta la mitad del cuerpo, lo cual es descubrirse, más bien que desnudarse, como se descubre el hombre que saluda, como se descota la dama que va al baile y al banquete.
-Muy bien. Pero como no tengo aquí otro vestido que el que llevo puesto, voy a desnudarse enteramente para despedirme de "Don Basilio de Sevilla".
Basilio espantado, sea de verse descubierto, o sea porque la creyó embriagada, pidió a Tartufo que intervenga en defensa del pudor amenazado. Pero con la rapidez de una peripecia de teatro, Luz del Día arrojó sus vestidos, y Basilio reconoció en la invitada la formidable y temible estatua viva de la Verdad. La revelación del "Convidado de piedra" en el festín de Don Juan, no produjo tanto efecto como en Basilio la del busto desnudo de la Verdad, en aquella persona misma a quien había descubierto con tanta intemperancia todos los horrores de su alma de bandido durante toda la comida. Cayó en las ansias y convulsiones de una crisis nerviosa en que pasó toda la noche, delirando y repitiendo estas palabras: "¡Ella es! ¡ella es! ¡horror! ¡horror!"
Al día siguiente se quejó de Tartufo sospechándolo de una traición concertada con la Verdad; pero Tartufo lo calmó refiriéndole su propia aventura y prometiéndole la indulgencia de Luz del Día, en cambio de revelaciones ulteriores de su vida que ella aceptaría por vía de investigación y estudio de la América, si Basilio convenía en dárselas, como había ya hecho Tartufo, sin tener motivo de arrepentirse.
Basilio se sorprendió agradablemente de oír hablar de esta disposición pacífica de la Verdad para con él, y le vino casi una tentación de hacerse hombre honrado. Ya veremos que esto no pasó de simple veleidad.